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METAMORFOSIS BLOGUERA

Los rollos entre Parménides y Heráclito: todo cambia o permanece estático. Escribiré más asiduamente en mi otra página Animal Político, dejando este espacio para reflexiones más meditadas, de modo tal que sin no ves post con frecuencia acá ello no significa que la página esté abandonada o algo parecido: se trata del factor tiempo . Lo cierto del asunto es que a diario soy estoy en Animal político, espacio más "rápido". Si tengo algún lector por ahí, le agradezco su comprensión.

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martes, marzo 20, 2007

De la idolatría al imperio al lenguaje de la guerra




Cuando en 1.989 los EEUU decide invadir Panamá, a título de restauración democrática, este su servidor ya era una suerte de animalito pesimista que intuía conflagración en cualquier escenario que le resultase adverso a los nuevos caballeros del orden mundial, continuadores de la saga de los gentleman ingleses. Yo era un adolescente de los años ochenta que había asistido al curso intensivo del lenguaje cantiflesco diplomático pre-invasor que el imperio desplegaba por aquellos aciagos días momentos antes de desembarcar marines en cualquiera de los pobres países. No tenía la culpa de pensar de tal modo; aun sin quererlo, me había enseñado el imperio con sus agencias moldeadoras de la opinión pública. Ostentaba los tres diplomas de la década: lenguaje preintervencionesta con relación a Nicaragua (1981), lenguaje preintervencionista Filipinas (1985), lenguaje preintervencionista Libia (1986) y el ya dicho, Panamá. El alumnado del mundo asistía al evento de aquellas clases magistrales, sólo que en mi caso el efecto educativo del aquel berrinche semántico tenía un efecto contrario al que esperaba el discurso imperial: firmemente asimilé la convicción de que cuando el gobierno de los EEUU afirmaba que prefería el diálogo a la barbarie, es por que ya estaban próximos a efectuar una invasión.
Pero yo no le llamaba imperio de antemano, ni galimatías a su discurso diplomático, ni calificaba cantinflesco a sus gobernantes; no, no lo crean. Como todos, para mí eran los salvadores del mundo, los chicos buenos de la película que terminaban arrasando con las mujeres, los carros lujosos, mucho dinero y de paso salvando al mundo. Lejos estaba de aprender que detrás de la tramoya de una guerra -o de una amenaza de ella- se velaban deshumanizantes intereses económicos cuyas salvajes aristas, a su vez, se camuflaban detrás de las bondades semánticas de las palabras. Lo que pasó fue que sus hermanos, los ingleses, la pusieron bien puesta en el panel de mis preferencias fanáticas cuando decidieron humillar a nuestros queridos che por la cuestión de las Malvinas. Eso fue lo que pasó, aunque de todos modos dudo que de no ser por ellos, los ingleses, yo ahora siguiera considerando a los gringos la obra maestra de la concepción natural. Sospecho que por mi propia evolución mental me habría dado cuenta de mi aberración. No había cabida para el "pagan justos por pecadores"; bagres de un mismo charco.
Entonces mi estómago se contrajo de indignación con el corolario que protagonizó el viejo imperio, cuando la "dama de hierro", Margaret Thatcher, se pavoneó en un buque de guerra recibiendo en su rostro un austral viento victorioso. Por cierto, en esa ocasión no perdieron los gringos la ocasión de dictar otro de sus memorables cursos de ambigüedad literaria: intentaban convencernos a través de "oportunas" declaraciones que los ingleses ingresaban a su patio trasero para hacer una guerra por la justicia y el bienestar panamericano, algo parecido a que si nos dejábamos matar viviríamos. No necesito aquejar mi espíritu re-sintiendo aquellas nociones de patriotismo, solidaridad y sacrificio que animó a muchos de otros países a ir a morir en el frente de la guerra; sensiblería romántica, dirían otros, dada mi edad, pero sentimientos al fin, digo yo. Lo notable para mí fue mi conversión de estúpido vasallo del Gran Imperio de los Nuevos Tiempos a receloso guerrillero del mal, para no decir que lo notable fue que había cumplido catorce años. ¡Qué patio trasero ni que ocho cuartos! Un amo defiende a sus esclavos -¿se dan cuenta del alcance de mi vasallaje?-, a menos que quiera venderlos, está claro. Estábamos solos en el mundo, los latino sureño americanos, ostentando la valiosa presea de patio trasero-cagadero de los gringos.
Ciento once civiles murieron en Libia en 1986, aparentemente por causa de la palabra "perro", o para ser más exactos (y honestos), "perro rabioso", aplicadas por el coronel Gadafi a Reagan, horas antes del bombardeo. Reagan, a la sazón presidente de los EEUU, decía tener pruebas de la actividad promotora de terrorismo de Libia y sobre la responsabilidad de Gadafi en el atentado con bomba contra la discoteca La Belle en Berlín Occidental, diez días antes. Pero de acuerdo con suspicacias y la inteligencia de personas y entidades europeas "todavía tienen dudas acerca de las 'pruebas' ofrecidas por Washington para demostrar que Libia estaba detrás del atentado contra la discoteca de Berlín Occidental", aunque la BBC, a veinte años del suceso, monte su show mediático y de suyo sesgado: sin mucho disimulo parecieran querernos inducir a pensar que el dolor de Aishah, hija de Gadafi, conmemorado el 15-04-06, debería ser más bien un motivo de alegría y de conciertos para el mundo justo y progresista. Quitemos, pues, las causales, las "pruebas" esgrimidas por el imperio, las cuales huelen demasiado a Irak, y nos quedaremos, como les dije, con el par de palabras: perro rabioso. Se comprenderá a esta altura del cuento que hasta el más furibundo fanático corre el peligro de empezar a pensar, mirando cómo la apelmazada máscara de su idolatrado dios lame el polvo de la tierra, mostrando llagas. Algo parecido al desencanto de muchos jóvenes respecto de sus ídolos contemporáneos, quienes no pueden ocultar sus adicciones y pasan su vida recibiendo tratamientos. Y yo soy un humano, no una excepción.
Y yo, ahora, a más de "animalito pesimista que [intuye] conflagración en cualquier escenario que le [resulte] adverso a los nuevos caballeros del orden mundial", soy una bestia que rumia palabras imperiosas como intereses, valor estratégico, supremacía, justicia, antiterrorismo, guerra preventiva, daños colaterales, inmunidad militar, globalización, democracia, petróleo, para mi desasosiego de espíritu. Estoy en la certeza de que el imperio, y todos los imperios habidos, no son más que una pandilla de familias potentadas con el creído poder de sojuzgar a los más débiles para perpetuar su poder económico. Desde hace tiempo que EEUU habla galimatías, invade, destruye, asesina, para, finalmente, cobrar con sus trasnacionales la reconstrucción misma de las víctimas, si es que no les exigen pagos de guerra por no haberles permitido una más rápida victoria. Naturalmente, todo esto es un arte del trabajo de la palabra, del lenguaje internacional que es la diplomacia, que suele pronunciarse en oficinas, embajadas, frente a cámaras de TV y otros medios, sin escuchar el ruido de las explosiones en el campo de batalla. Podríamos titularlo algo así como Oda pura del puro cinismo puro.
Yo me perdí los posteriores cursos: Haití (1.994), Afganistán (2.001), Irak (2.003); y ahora dado que Irán es quien está en el ojo del huracán, y dado que en días pasados leí un comunicado del Departamento de Estado donde EEUU afirmaba que son respetuoso del sistema legal internacional (es decir, sus quebrantadores), y que lo último que harían sería utilizar la fuerza (o sea, lo primero), y que la ONU es la gran rectora (es decir, los payasos en su circo); yo no necesito ser un sesudo analista de esos de la TV proimperialista para no concluir que la invasión de Irán debe ser cuestión de horas. Sentí en mi corazón viejos temores y re-vieron mis ojos viejas visiones. Ese país debe ser en lo más breve sometido, bombardeado y destruido para luego llegar allí con las empresas reconstructoras de Dick Cheney ( por mencionar la punta del iceberg y al verdadero mandamás del gobierno estadounidense) y apoderarse de una zona estratégica para el tránsito del petróleo mundial, de unas grandes reservas petrolíferas y unos grandes territorios, parteros de historia. (Arrestado y sometido por la fuerza, como diría nuestro Escobar Salón refiriéndose al gobernador del Táchira en aquellos aciagos días de golpe de 2.002, Venezuela).
El imperio por el que se mueren muchos venezolanos, peruanos, colombianos, cubanos, mexicanos, sin gran conciencia histórica o con mucha de ella pero sin importarles, a la mar de cínicos, es un país y un intrincado sistema de intereses económicos y militares en el mundo que no dudarían ni por un segundo en exterminarlos hasta su raíz misma familiar si con ello obtuvieran el beneficio de evitar, por ejemplo, que pronunciaren la palabra perro, por poner un ejemplo absurdo. El real sueño americano para estos coterráneos sería el que jamás en su vida pasarán más allá de la significación de ser carne de cañon del sistema imperial, sea en el aspecto de la maquinaria militar o en el ámbito veleidoso de la cultura y la palabra gringas.
Podría continuar preguntándome si realmente en el mundo hay un país que sea soberano y libre con semejante máquina de destrucción masiva que son los EEUU. ¿Lo hay? ¿Hay alguno que está por serlo? Es peligroso, porque soberanía y libertad son nociones que no tardan en entrar en conflicto con los intereses del gran imperio; más temprano que tarde comprendería (o lo harían comprender a través de instancias internacionales ¿para que sirve la ONU?) que libertad y soberanía son la posibilidad cierta de ser dictatorial, traficante de drogas, enemigo de Israel, terrorista o comunista, todas causales de invasión estadounidense (ver Historia de las invasiones norteamericanas en el mundo...)

Enlaces bibliográficos:
Historia de las intervenciones norteamericanas en el mundo...
Etimología de gringo
Noam Chomsky: Terrorismo de Estado. El papel internacional de E.E.U.U., feb. 1990. Terrorismo internacional ¿qué remedio?
Libia: concierto por bombardeo

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